Más que envejecimiento, prefiero la palabra longevidad.

Creo que representa de mejor manera cómo deberíamos entender nuestra actual realidad demográfica. La expectativa de vida es cada vez más larga en Chile y las tasas de natalidad se reducen. Hoy las mujeres chilenas llegan a los 83 años en promedio y los hombres a los 78, mientras los índices de fecundidad están en 1.3 hijos por mujer, cuando la cifra ideal para evitar el excesivo envejecimiento de la población es de 2.1. Esto significa, que en 2050, un tercio de la población de Chile tendrá más de 60 años.

Todos, mayores y sobre todo menores, deberíamos pre-ver –esa es a mi juicio la verdadera previsión, no sólo el monto monetario de la jubilación– cómo queremos y podremos vivir la última y cada vez más larga etapa de la vida, entendiendo que nadie está libre de llegar a ella.

El preadolescente con sobrepeso que se atiborra de papas fritas mirando varias pantallas y moviendo  sólo la mandíbula, creo que es una elocuente imagen de lo importante que resultaría ir cambiando el paradigma asociado a envejecimiento por el de longevidad. Ese niño debería estar al aire libre haciendo deporte para cultivar una buena longevidad.

Por eso es tan encomiable el estudio que acaba de presentar el Hogar de Cristo titulado “Dónde Envejecer”, que propone estándares de calidad para la atención domiciliaria de las personas mayores, con foco en los más vulnerables. Acá, las cifras sobre las que el Hogar de Cristo construye su modelo son desoladoras: en 2022, el Estado, a través de Senama, logró atender con sus servicios domiciliarios apenas a 1.515 personas mayores. Eso representa el 2.9% de la necesidad de más de 52 mil adultos de 60 y más años, con dependencia media y en situación de pobreza. Además, esa atención, en cuanto a frecuencia e intensidad, es absolutamente insuficiente: 2 visitas semanales de tres horas cada una, sin considerar el grado de dependencia que tiene la persona cuidada. Esas 6 horas contrastan con las 41 que la OCDE estima necesarias para atender a un adulto mayor con dependencia severa.

Al margen del gobierno de turno, el presupuesto del Senama es precario. Mínimo. No cubre ni de cerca lo que se necesita, más aún considerando las condiciones demográficas del país, que sólo harán empeorar la situación. Por eso se requiere un cambio de paradigma.

Hoy se discute cómo mejorar las pensiones, con una mirada cerrada de uno y otro lado, centrada en el sistema de aefepés y no en el propósito final: tener una mejor vida en la etapa en que ésta se vuelve más costosa. Para eso hay que propiciar el concepto longevidad y no el de envejecimiento; preparar con mucha anticipación esos muchos más años que nos regala la vida, haciendo parte a todos los involucrados. Educación, Salud, Vivienda, de modo de ir asegurando el mejor bienestar para una sociedad de longevos.

Este jueves pasado, presentamos los resultados de la Séptima Encuesta Nacional sobre Inclusión y Exclusión de las Personas Mayores que hacemos en la Universidad de Chile desde hace años, en conjunto con el Senama. Hoy, un moderado 54,6% de los encuestados estaría dispuesto a contribuir con impuestos para asegurar derechos y bienestar de las personas mayores. Cuando partimos con esta iniciativa esa disposición era mucho mayor, lo que, sin duda, llama a la reflexión. Y los que creen que el país está poco o nada preparado para enfrentar su envejecimiento poblacional suma casi el 82% del total consultado.

Entre los resultados de esta Séptima Encuesta y el Estudio ¿Dónde Envejecer? del Hogar de Cristo, el diagnóstico es claro: no podemos hacer más de lo mismo. Se requiere un cambio de concepto, aquilatar nuestra realidad realidad demográfica y sus consecuencias, y conseguir que estos datos, modelos, propuestas, sean tomados en consideración para crear políticas públicas de propósito claro y proyección a largo plazo. Ese largo plazo que está teniendo nuestra vida.

  Daniela Thumala, psicogerontóla

de la U. de Chile y Centro GERO